El mundo de la medicina y la
tecnología van cogidos de la mano, que uno avance es esencial para que lo haga
el otro. Es indiscutible que se han hecho progresos impensables tiempo atrás,
no solo respecto a otros siglos, pues en pocas décadas ha habido un salto
abismal. Pero lamento si alguien ya se estaba poniendo optimista pues no es oro
todo lo que reluce.
El problema por supuesto no son
los avances, es que la investigación es mayoritariamente privada, y además la
pública se ha recortado. De hecho, es curioso que España, que suele seguir las
directrices que vienen de Europa en busca de su complacencia como el niño que
espera una golosina, justo en este punto va y se le ocurre ir a
contracorriente. Pues los países de la UE están intentando llegar a un 3% del
PIB en Investigación+Desarrollo+innovación y a nuestro Gobierno se le ha
ocurrido bajar a un 1’39. Pero ¿Qué significa esto realmente? Pues que los
proyectos organizados desde el Estado en teoría buscan solventar problemas que
una empresa no se dedicaría a analizar porque no le resultaría beneficioso
económicamente hablando. La sanidad, entre otros, es uno de los considerados
gigantes del bienestar. Si dejamos que sea el ámbito privado el encargado de
investigar para acabar con enfermedades aún existentes, o al menos paliar sus
perjuicios, y de proporcionar las soluciones; estaremos permitiendo que
conviertan a lo más importante, que es la vida, en un negocio (Sí, más aún…)
Porque las empresas no se van a
arriesgar a invertir su capital si saben que luego no lo van a recuperar
mediante las ventas, aunque intenten algunas dar imagen de filántropas.
Entonces ¿que sucedería? Que solo podría tener una buena asistencia sanitaria
quien tuviera dinero, y de sobras sabemos que no tiene más quien más merece.
Aunque realmente esto ya sucede como veremos a continuación. A causa de este
fallo del mercado, el Estado debe actuar, por eso atenta contra el bienestar de
la población que se recorte en sanidad e investigación.
Y precisamente por tolerar que la
medicina sea un affaire se encuentran
casos de injusticia sobrecogedora. Porque por ejemplo el sector de la cirugía
estética no se ha visto fuertemente afectado por la crisis, y no estoy
refiriéndome a las operaciones por necesidad, sino a aquellas motivadas por la
superficialidad de una sociedad corrompida por un concepto de belleza que ahoga
a aquellas personas que aspiren a llegar a un ideal que en realidad no es más
que un buen trabajo de photoshop, pero este es otro tema. Lo que nos debe hacer
reflexionar es que España es ya uno de los países cuya población más recurre a
estos tratamientos. Y además con la mundialización se está exportando hasta un
prototipo destinado al mercado, por ejemplo, en Japón aumentaron las
operaciones para asemejarse a las occidentales.
Pero a pesar de quien afirma que
el aspecto físico mejora su autoestima y por lo tanto mejore su bienestar, no
siempre se consigue el resultado buscado e incluso pueden surgir complicaciones
siendo peor el remedio que la enfermedad (aunque de lo que estoy hablando no
tenga nada de enfermedad). In facto, no suele ocurrir pero ha habido más casos
de problemas derivados de los aumentos mamarios, de cambios de nariz, etcétera,
de los que aparecen en los medios. Incluso se han realizado estudios que
demuestran que el botox afecta a la lectura de las emociones, al paralizar
líneas de expresión éstas no llegan adecuadamente al cerebro. De modo que
termina afectando a la propia empatía que pueda sentir una persona.
Pero vayamos al epicentro de la
cuestión que pretendo abordar, mientras
el mercado de la estética y dietética intentan “vender felicidad”, aumentando
sus ingresos y realizando sus avances para que quien pueda permitírselo se
parezca a Brangelina; La malaria
sigue siendo la enfermedad infecciosa parasitaria que a más población impacta a
escala mundial, sobre todo en las zonas de clima tropical y sub-tropical según
la OMS. Cada año, sobre unos 500 millones de personas contraen dicha
enfermedad, un millón muere, y entre estos el 85 % no han llegado ni a los
cinco años de vida. Pero la industria ignora estas cifras con el motivo de que
no les sería rentable, los gobiernos de estos países no se hacen cargo y desde
los países desarrollados no se actúa porque están demasiado preocupados por la
prima de riesgo, por ganar elecciones… Bueno, si están ignorando la propia
sanidad el país nadie espera que vayan a intentar salvar a personas a quienes
ni siquiera se les pone rostro. Por eso he querido mostrar, aunque sea con esta simple foto, que sí son personas de carne y hueso, por ejemplo este indefenso niño de Uganda que padece paludismo.
Pero además de la malaria sucede
algo similar con el sarampión, la diarrea, las muertes por parto,
y enfermedades de transmisión como el VIH, que se incluyen como algunas de las
mayores causas de muerte en estas zonas. Por ejemplo, un cuarto de los
fallecidos por el SIDA se dio en África. De los afectados, tan solo el 8% tiene
acceso a tratamiento. En Europa y América se sitúa entre el 0 y el 9% de casos
registrados y estos se suelen resolver, por lo que los recursos existen, pero
están monopolizados en los países ricos (vamos a dejarnos de eufemismos). Asia
y parte de Oceanía se encuentran en un escalafón más alto que las zonas africanas más próximas al ecuador, pero tampoco salvan sus
datos.
Por eso es tan importante que se
actúe desde otro organismo que no sea el libre mercado, ingenuos de los que
confían en las bondades de su propia regulación. Y si desde los Estados no se interviene
suficiente, ni desde la Organización de Naciones Unidas, desde luego no va a
ser la industria médica la que por propia iniciativa de más prioridad a
erradicar enfermedades que matan a diario a individuos desprotegidos, que a
áreas tan rentables como aquellas que citaba a principio del artículo; ni por
supuesto tampoco en otros medicamentos que serían fácilmente sustituibles por
remedios absolutamente naturales.
Así que mientras siga primando
el ganar dinero frente a salvar vidas, aunque suene hiperbólico; mientras se prefiera no ver la realidad a verla negra, en un lugar
aumentaran los senos y en otro no tendrán qué mamar.
Pensar en todas esas personas que mueren cada día por enfermedades contra la que es tan fácil luchar con los medios de que disponemos es desolador. El problema es encontrar el culpable: acusar a todo un sistema de genocida es mucho más difícil que ejecutar a un único hombre. Hacen falta ya unos juicios de Nüremberg que sienten en el banquillo a las grandes élites financieras y les hagan pagar por sus delitos.
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