A raíz del órdago lanzado por el
humilde Pablo Iglesias este fin de semana, se ha planteado un amplio y acelerado
debate que esta haciendo temblar a IU hasta los cimientos (las bases, en este
caso). Ante este aluvión de comentarios y posiciones encontradas, creo que me
toca lanzar la mía, como militante de una organización de la izquierda transformadora,
amigo y compañero de lucha de muchas militantes de IU, pero sin ningún
vínculo, por el momento, con la organización, más allá que el que me da la
simpatía por su proyecto y por la gente que le da vida día a día.
La vía que ha seguido Pablo me
produce reservas desde el primer momento: por el mesianismo, por lanzarla a los
medios de comunicación, directamente a la masa, en lugar de proponerla a las organizaciones con las que busca
converger, y por traer una organización, y unas afinidades, ya configuradas.
Tengo en cuenta que esto responde a una tàctica concreta, a la realpolitik, que
está tan de moda ahora, a la urgencia de la situación, pero ello no quita que
pueda lanzar mi crítica al proceso.
Sin embargo, la sola idea de un
frente común de la izquierda no puede dejar de producirme –y producirnos, a
muchas- una tímida sensación de esperanza, que acude a mi mente cada vez que
leo o escucho algo sobre el paro, sobre los desahucios, sobre la ley del
aborto, la ley de seguridad ciudadana, la privatización de la sanidad y de la
educación, los recortes en dependencia, los bancos, el capitalismo, en general.
La imperiosa necesidad de una solución a la situación actual, el sufrimiento diario
de nuestra gente, nos hace aferrarnos a un escenario que –lo siento- se muestra
más realista a la hora de tomar el poder que una candidatura de IU en
solitario. No hablo ya de Podemos, sino de un movimiento o plataforma
electoral que aglutine tanto a la izquierda política como a los movimientos
sociales que han surgido o han cobrado fuerza a través de la crisis, y mediante
los que se han movilizado cientos de miles de personas que hace 5 años estaban trabajando,
estudiando, o en el sofá de casa tan felizmente. Porque pienso que esa es la
única vía posible para tomar de verdad el poder: con una mayoría amplia, que permita
dar una solución a la vez social y política a los problemas que he nombrado
antes.
Por eso pienso que hay que
sentarse a negociar. Y lo primero que hay que decirle a Pablo es: baja los humos y cuenta con las
organizaciones con las que quieres converger. Aquí nadie es mesías de nadie y
todas llevamos mucho tiempo dando el callo para cambiar las cosas y construir
proyectos comunes. Sin embargo, que esta diferencia de posturas inicial no nos
lleve a decir: aquí no se puede hacer nada, esto está mal hecho desde el
principio, y levantarnos de la mesa e irnos. Pienso que eso sería inaceptable,
el último fallo de la izquierda, que dejaría la puerta abierta a la barbarie
capitalista, ante la imposibilidad de enfrentarla con un instrumento eficaz.
El proceso me genera
contradicciones, como a todas. Pero hay una única cosa que tengo clara: que la
sociedad necesita este frente. La gente necesita esperanzas, y una esperanza
coherente y fundada en el trabajo, y no en la propaganda. Pienso que tanto IU
como Podemos, como el resto de organizaciones, plataformas, sindicatos y mareas
deben converger, sentarse a construir juntas. Y pienso que no podemos
levantarnos de la mesa, bajo ningún concepto, sin haberlo hecho. Como
militantes, se lo debemos a la sociedad para la que decimos trabajar. No está
permitido abandonar hasta que no se haya convergido en un proyecto que
represente una esperanza real para una sociedad que lleva mucho tiempo sin
poder creerse nada.