viernes, 13 de abril de 2012

¿ES LA REPÚBLICA LA SOLUCIÓN?

14 de abril de 1931. Los concejales republicanos del ayuntamiento de Eibar, y tras ellos los de las principales capitales del país declaran la Segunda República Española. Los españoles salen a la calle a celebrar tan esperado acontecimiento. La república no solo significaba la marcha del monarca, sino la renovación completa de la sociedad y la política españolas, el cambio que todos esperan. Los jornaleros sin tierras, obligados durante el invierno a pasar hambre y vivir del escaso ahorro que producen sus jornales en verano, por fin aspiran a conseguir un pedazo de tierra que asegure la subsistencia de sus familias; los trabajadores industriales, esperan que el nuevo régimen traiga consigo una mejora de sus penosas situaciones de trabajo; catalanes, vascos y ciudadanos de otras naciones dentro del territorio español aspiran a conseguir un gobierno autónomo que les permita gestionar mejor sus necesidades y su identidad.

Todos ellos esperan, en resumen, un cambio, y eso es lo que celebran el 14 de abril en las calles. Otros, sin embargo, miran con recelo al nuevo gobierno, y la creciente fuerza de los socialistas. Para las personas tradicionalistas, república es sinónimo de desorden, de caos.

Pronto empezarán los problemas de la joven república: las trabas impuestas por la jerarquía militar y eclesiástica, así como por los grandes terratenientes, impide llevar a cabo la modernización, y la población se siente frustrada, defraudada, y comienzan los disturbios. Los colectivos obreros comienzan la “revolución de los desposeídos” por su cuenta, por la cuenta de la necesidad y los grandes ideales. Es entonces cuando sucede Casas Viejas, la dimisón de Azaña, el Gobierno radical-cedista, la represión de los mineros asturianos y los obreros catalanes, además de muchos otros conflictos que aumentan la temperatura social del país. Para cuando el Frente Popular llega de nuevo al poder, la Guerra Civil ya es inevitable.

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Hoy es 14 de abril de 2012. Ante un gobierno que no ha necesitado más de 100 días para demostrar a los españoles su incapacidad para resolver los problemas del país. Este gobierno, por el contrario, toma medidas cada vez más radicales y perjudiciales para la población en beneficio de una pequeña élite que domina el sistema económico, los culpables del hundimiento de la economía del país. Ante esta situación, sumado al creciente descrédito de la monarquía por el caso Urdangarín, el nombre de la república aparece en las bocas de los ciudadanos de manera inevitable. La posibilidad de que dentro de menos de una década se instaure en nuestro país un régimen republicano existe, y tiene cada vez mayor probabilidad de llegar a ser una realidad. Ahora bien, si queremos hablar de una Tercera república, debemos tener en cuenta un par de cosas.

La primera de ellas tiene que ver con el 14 de Abril de 1931, así como con la propia palabra de República, y el significado que le damos en nuestro país. Aquí debemos tener presente que una república, en el lenguaje político de nuestro país no es solo un régimen en el que el jefe de estado es elegido democráticamente y no por pertenecer a una determinada familia. Una república es, para los republicanos españoles, un cambio, una modernización de la sociedad y la política, que tiene como fin único y principal mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan ese país. Para el jornalero andaluz de 1931, la república era buena porque debía traer consigo una reforma agraria que le diera los medios para mejorar su vida y sus condiciones de trabajo. Para el ciudadano español de 2012, una república tiene que venir acompañada de un cambio. No podemos, pues sería una ofensa histórica, permitir una República en la que una élite de políticos y grandes financieros incompetentes y corruptos acaparen los frutos del trabajo de todos, mientras la ciudadanía se mantiene a la espera de que caigan las migajas del pastel –o del ladrillo- que se están repartiendo sus dirigentes. No podemos permitir una República en la que desde el más humilde ayuntamiento hasta los ministerios del Estado, pasando por órganos de gobierno provincial y autonómico, estén dominados por corruptos cuyo único interés es coger el pedazo más grande que puedan del pastel antes mencionado. No podemos permitir una república, en definitiva, que permita que familias enteras se queden en la calle por la codicia de un banco, que obreros honrados y trabajadores sean despedidos injustamente, que barrios enteros vivan al borde del abismo de la exclusión social. Si algún día declaramos una República que lo único que haga sea sustituir al monarca por un jefe de estado, habremos fallado al propio republicanismo español.

En cuanto al segundo punto, éste tiene relación con la Segunda República, y la memoria histórica. Hagamos justicia a un gobierno democrático que fue derrocado por un golpe militar, condenemos de una maldita vez los juicios de responsabilidades políticas y las purgas y ejecuciones por razones de militancia política que se vinieron celebrando, con el respaldo oficial del Estado hasta los últimos años del régimen1;recordemos, a fin de cuentas, al franquismo como lo que fue, un régimen criminal. Ahora bien, no nos precipitemos al idealizar a la Segunda República, pues si hubiera sido un régimen tan perfecto, no habría tenido éxito el pronunciamiento del 17 de julio del 36. Fueran cuales fueran las causas del fracaso de la política republicana (las trabas de los privilegiados, la pésima situación económica, el clima revolucionario propiciado por agrupaciones obreras), estas existieron, y también los republicanos debemos hacer un ejercicio de memoria histórica autocrítica, para evitar caer en los errores del pasado.

A la pregunta, ¿Es la república la solución? Tomando como definición de República lo antes descrito, lo es. Teniendo en cuenta que las ciencias sociales no podemos emitir juicios completamente ciertos, sin duda un régimen más democratizado, más transparente y más social -quitémosle de paso el Rey, y llamémosle República- , es la mejor opción que tenemos.


1P.ej: Cipriano Martos, (1973); Salvador Puig Antich (1974),

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