domingo, 21 de octubre de 2012

Inmunes a la Indignación

Este año 2012 está siendo el año con mayor número de movilizaciones en lo que llevamos de democracia liberal en el Estado Español.
Estas movilizaciones se hacen en contra de un gobierno que todavía no lleva un año en el poder, pero que ya ha conseguido despertar la indignación y la rabia de la población. Esta rabia es la respuesta no solo a una completa incompetencia política por parte del gobierno, sino una descarada voluntad de echar por tierra todos los mecanismos de cohesión social y atenuación de la desigualdad.
La barbarie que subyace en el sistema capitalista ha estado durante mucho tiempo contenida, o al menos maquillada de una manera que nos dejaba a casi todos los privilegiados de este lado del telón de la miseria a salvo del hambre y la pobreza. Se trata de nuestro amigo, el Estado del Bienestar.
Cuando la barbarie se libera, el monstruo al que los cínicos llaman el libre funcionamiento de la economía vuelve a operar para poner a cada uno en su sitio.
Por supuesto, este cambio opera de forma subterránea, y pocas mentes lo aprecian. Lo que si que se vuelve evidente al grueso de la población son los efectos que tiene este mecanismo: consecuencia directa de ello son los aumentos de la desigualdad, el empobrecimiento progresivo de las clases medias y la gran fuente de coerción que supone el desempleo. Esto supone, en fin, dificultades para los sectores de población que nos encontramos en las capas bajas de la pirámide, y completa miseria para los que ya hace tiempo que están hundidos en el fango. Asistir impotentes a esta situación es lo que genera los sentimientos de rabia e indignación que se liberan en las manifestaciones y otras vías de expresión del descontento.
Esta rabia e indignación han ido en aumento, como lo demuestran la mayor afluencia a las manifestaciones, el aumento de su aceptación popular, o la simple atención a las conversaciones cotidianas.
Esta claro, pues, el primer principio: la indignación ha aumentado, la gente no está de acuerdo con el estado de las cosas, y esto poca gente me lo podrá negar.

Ahora bien, esta noche asistimos a un suceso que no se puede definir de otra manera que pasmoso. Aquellos que promueven el recorte y el aumento de la miseria reciben de manos de la población un empujón de ánimo para continuar en la misma línea. (Hablo, por supuesto, de los resultados de las elecciones gallegas).
Esto se podría explicar, y seguro que algún analista socialista así lo haría, por la fuga de votos del partido mayoritario de la oposición y la fragmentación en opciones más pequeñas.También se podría explicar por la elevada abstención.
De ninguna manera podemos aceptar esta explicación. Siendo la abstención solo aproximadamente un punto superior, y contando las dos fuerzas minoritarias con al menos un escaño en cada circunscripción, por lo que ninguno de sus votos cae en saco roto, tan solo nos queda una opción posible.
Esta opción es que, mientras una parte de la población no solo se indigna, sino que reflexiona al respecto y acompaña su rabia con una acción política coherente, hay otro sector de la población que continúa defendiendo una actitud política autodestructiva, bien sea por el enorme peso de los condicionantes culturales y tradicionales, bien por vivir en un país caciquil en que autobuses del PP llevan a jubilados con alzheimer hasta la puerta del colegio electoral *, o bien, y es la opción por la que me decanto, por un simple problema de insuficiencia racional derivado de la pésima formación política y en cualquier ámbito de pensamiento social que se ha dado, se sigue dando, y de la que nos enorgullecemos en este país.

Aqui se pone de manifiesto el gran peso que tienen los factores culturales, y las grandes tradiciones en cultura política en nuestro país. Vemos el gran poder que tiene el pensamiento estereotipado para interrumpir la necesaria sucesión entre un sentimiento de desacuerdo y la necesaria acción que exprese ese sentimiento.
También puede ser, sencillamente, que en Galicia haya menos gente indignada que en el resto de España. Si es esto último, la pregunta es si en algún momento la sencilla observación de la propia realidad superará a los montajes culturales que los mecanismos de la sociedad nos inculcan.