sábado, 21 de abril de 2012

Con los ojos puestos en Andalucía

Hoy se han dado a conocer las líneas principales de la política que, supuestamente, va a seguir el nuevo gobierno autonómico andaluz. Para cualquiera que pudiera pensar que las cosas continúan igual en este territorio, es suficiente con echar una ojeada al programa presentado por la coalición de izquierdas que debe sustentar al nuevo gobierno. El PSOE andaluz, uno de los más fuertes dentro de la agrupación socialista, junto con IU, quien se ha convertido en depositario de la confianza de buena parte de la sociedad andaluza han presentado un plan de acción que muestra la marca inconfundible de la coalición izquierdista, y su voluntad por provocar un giro hacia la izquierda del ejecutivo presumiblemente liderado por Griñán.

Entre estas propuestas encontramos puntos que se situan en una posición diametralmente opuesta a la política del gobierno central. Una de ellas es la formación de un fondo de crédito público, que cumpla la función social de las entidades financieras, es decir, la concesión de crédito, frente al irresponsable abandono de ésta por parte de la banca privada. Otra iniciativa anunciada es el refuerzo de la progresividad de los impuestos, así como un mayor gravamen a las grandes fortunas, ambas medidas destinadas al aumento de los ingresos de la administración. Además de estas políticas concretas, se anuncia un fuerte compromiso con la creación de empleo para paliar la elevada tasa de desempleo de la comunidad (más del 31 %), respaldado por una importante inversión pública; también se anuncia una mayor democratización del sistema, buscando una mayor participación ciudadana en política. Por último, el último detalle es la voluntad manifiesta de la cúpula directiva de IU de integrarse en el ejecutivo de Griñán, iniciativa que no es compartida por la totalidad del partido, pero que tendrán que decidir los militantes el próximo día 28.

Si estas propuestas llegan realmente a salir adelante, encontramos una situación política de lo más original en el panorama nacional, que merece ser el centro de atención de la vida política de los próximos cuatro años.

En primer lugar, tenemos a un PSOE obligado a escorarse hacia lo que, supuestamente, son las políticas que le corresponde hacer. El partido socialista se lo juega todo en Andalucía: tiene la oportunidad de demostrar si realmente es un partido de izquierdas, o es necesaria una refundación completa de la izquierda socialdemócrata. También tiene, por cierto, la oportunidad, si las políticas producen buenos resultados, de “hacerse la foto” junto a unas políticas claramente obra de IU, que de otro modo el PSOE no hubiera llegado a aplicar.

En segundo lugar, Izquierda Unida tiene la oportunidad de mostrar la efectividad, o no, de sus propuestas. La izquierda gobernará Andalucía, pero no una izquierda desnaturalizada e institucionalizada, sino una izquierda que lleva muchos años fuera de la primera línea del sistema, y que ha estado preparando un programa político renovado, que ahora pondrá en práctica. Esta izquierda va a aplicar unas políticas que están respaldadas por un amplio sector de científicos sociales (economistas, sociólogos, politólogos), y que encuentran ahora el momento de demostrar si son o no válidas para su aplicación en una sociedad real. Tendríamos, por fin, las políticas que exige a gritos un sector importante de la ciudadanía. No subestimemos este punto, pues Andalucía se convierte ahora mismo en el centro de atención de la izquierda no solo española, sino europea. Con toda la unión monetaria dominada por el neoliberalismo, Andalucía será el único lugar donde se lleven a cabo políticas totalmente diferentes a las impuestas por el BCE, y la izquierda europea no podrá –o no debería- ignorar este hecho.

Ahora bien, también cabe ser prudente. IU se enfrenta, en el supuesto de que entre en el gobierno, al desafío de depurar una administración que no se saca airear desde hace 30 años, y ya se sabe la porquería que puede llegar a acumular una administración cerrada durante tanto tiempo.

Ahora bien, y aquí llega la parte crucial del análisis, no debemos olvidar que no estamos hablando de un Estado soberano, sino de una comunidad. Es cierto que su estatus de Comunidad Histórica1 le sitúa en mejor posición, pero no por ello deja de estar en parte limitada por la administración central y por la espada de Damocles de la Ley de Estabilidad Presupuestaria. No debemos olvidar, y os puedo asegurar que el pacto andaluz tampoco lo olvida, que Madrid hará todo lo posible y lo imposible para hacer fracasar unas políticas que, no solo son opuestas a la línea de actuación neoliberal del Partido Popular desde el gobierno, sino que además son potencialmente peligrosas, por mostrar a la población un ejemplo de salida social de la crisis, lo que puede tener un impacto político enorme, en términos de aumento de apoyo social a la izquierda, y con ella a Izquierda Unida. 

Por supuesto, tampoco olvidemos el peso de los lobbys empresariales y financieros, que pueden recurrir práctica del boicot económico, a la que ya han recurrido en otras ocasiones para hundir regímenes que amenazaban su status quo.

El tiempo tendrá que decir, en primer lugar, si el nuevo gobierno andaluz cumple lo prometido, en segundo, si se depura el subsuelo que han ido produciendo los treinta años de administración socialista, y en tercer lugar, si Madrid y los grandes intereses económicos no sabotean el programa, potencialmente efectivo, del gobierno andaluz.

Confiemos en que la naturaleza díscola de Izquierda Unida le permita defender con uñas y dientes el programa al que tanto apelan, y no olvidarlo; confiemos también en que esos lobbys económicos encuentren sus redes de influencia demasiado debilitadas por la crisis; y por supuesto, confiemos en la sociedad andaluza, que después de demostrarnos un alto nivel de responsabilidad política (a pesar de lo que pueda criticar la derecha mediática) deberá respaldar al gobierno que democráticamente ha elegido para salir de esta situación.


1Andalucía se rige por el artículo 151 de la Constitución de 1978, por lo que al igual que Euskadi, Galicia y Cataluña –artículo 152-, tiene un grado de autonomía mayor al del resto de comunidades, regidas por el artículo 143

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